lunes, 25 de mayo de 2009

BILBOTIK IBILTZEN
CAMINANDO POR BILBAO. Paisaje urbano para el ciudadano
Arq. Alberto Negrini V. Msc.

Debo aclarar que escribo este artículo con el corazón y no con la razón, que veo a Bilbao como visitante y no como habitante. Sé que ser bilbaíno es ser de Sestao, Ortuella, Gallarta, Portugalete o Santurtzi, Rekalde, Txudinaga, Ensanche, Casco Viejo, Bilbao La Vieja, Zorroza. Sospecho que Bilbao no se puede entender sin entender Gernika, el "Duranguesado", Orduña, el monte Gorbea, la comarca de Las Encartaciones, Lekeitio, Bermeo y su peculiar forma de hablar en euskera, sin el promontorio de San Juan de Gaztelugatxe. Eso mismo me lo ha enseñado un bilbaíno de Arrigorriaga y por tanto tiene que ser cierto.

Caminar por Bilbao es sin dudas, una escuela para la vida. Es una ciudad para caminar, no para recorrer en “coche”, es caminar con el derecho de paso, sin ruido, sin pitazos, sin basura, con innumerables puntos de interés, es caminar observando atento, con los sentidos en una alerta pausada, lúcida y amable
La ciudad se ha reinventado manteniéndose a sí misma, manteniendo su paisaje ha cambiado, ha mutado para ser ella misma y ser para ser vivida. Ha creado nuevos territorios en el mismo espacio. Surgen calles nuevas de las mismas calles y no es que Lopez de Haro sea una nueva calle, es la misma ahora con un usuario principal, el peatón, aceras muy amplias, iluminación, bancas, robles hermosísimos. Ercilla va más allá, se ha convertido en un enorme espacio de estar, para recorrer, saborear, sus bares la potencian, sus charcuterías o panaderías la adornan. Porque eso es un fenómeno que nos enseña mucho, no es solo la ciudad que se transforma, son los comercios que participan de este espíritu constructivo de espacios de calidad. No creo exagerar si digo que prácticamente en cada cuadra del centro hay por lo menos una remodelación (no destrucción) de edificios que tienen su carácter propio y a su vez contribuyen a crear ese particular de la ciudad.
Las márgenes de la ría han hecho lo propio, no solo como balcón hacia el agua, sino como espacios públicos para todos, ciclovías, sitios de estar, este espacio contínuo es un museo al aire libre, es el sitio para aprender a convivir, aprender a apreciar el arte, desde la escultura a la música, desde el músico callejero de domingo hasta el grupo de jazz en el café cercano al Guggenheim o el concierto de un grupo de rock. La Campa de los Ingleses no se pierde con el museo, se potencia, se vuelve un gran recorrido con el Paseo Uribitarte y la Avenida Abandoibarra. Espacio-escuela que penetra por la Avenida Sabino Arana, por Iparraguirre, La Plaza Euskadi o Elcano, estableciendo redes ciudadanas y espaciales con hitos y nodos, Plaza Moyúa es además un organizador, otras plazas tienen un carácter más íntimo, Plaza Biskaia, Plaza Indautxu o Plaza La Casilla entre otras. Otros espacios son el sitio de encuentro comunal, del barrio; niños, perros o padres pasean y juegan, conversan (los perros no, los perros se huelen entre sí moviendo el rabo). De vez en cuando alguna petición por la repatriación de los presos de ETA, o un análisis del siguiente partido del Athletic. Es una ciudad en la que los ciudadanos quieren decidir o por lo menos se dejan oír.
Llama la atención el lugar especial que tiene la comida en la vida de la ciudad, restaurantes y bares son anfitriones, sitios de encuentro o descanso, los pintxos y las tapas son tan importantes como el Athletic. No se pretende un análisis gastronómico, es importante en el tanto ayuda a entender a la ciudad como espacio sensorial, como espacio para los sentidos, desde el extraño reflejo de las escamas del Museo Guggenheim, la piedra de sus iglesias o los colores de las viejas construcciones tan vivas hoy como hace ocho o dos siglos(imagen 00106; desde el apacible sonido de la ciudad, sin escándalos, sin tribulaciones, pero dinámica, hasta la conversación al interior de los mil y un bares, desde el olor de las angulas al ajillo crepitando en la cazuela hasta el suave aroma de las flores o el olor del aire proveniente del Cantábrico, tan tenue como el color del cielo. Si hay un sentido que determine la ciudad después del gusto, este es el tacto, es una ciudad definida por una amplísima cartilla de texturas, no solo en sus pisos, techos o fachadas, sino en los árboles de los parques, en antiguos muros o modernas fachadas de vidrio y acero (texturados), desde el cuerpo escamado del Guggenheim al herrumbre del Palacio de Euskalduna, pasando por los murales en los bastiones de la Autopista Solución Sur (imagen 09463) o los cerros y montes que rodean la ciudad.
Caminar por Bilbao es educarse para la vida. En el enlace entre arquitectura tradicional y contemporánea se aprende el respeto, se aprende la convivencia. Viejos edificios conviven armónicamente con modernas fachadas de vidrio o metal, los edificios conversan entre sí y con la ciudad, no hay gritos, sí entusiasmo, no hay gestos grandilocuentes, sí armonía y comunicación en el detalle, la diversidad y la complejidad. Es una ciudad cuyo tiempo tiene otro ritmo, porque, a pesar que siempre hay cosas para hacer, se hacen con calma, disfrutando, tanto de un paseo por el Muelle Evaristo Churruca como por Bidebarrieta en pleno Casco Viejo. Las cosas se hacen de manera lúcida, con los sentidos abiertos y el cerebro procesando, catando, degustando; así, recorrer las calles de Bilbao es como tomar un tinto acompañado de un trozo de torta con bonito o de un plato de alubias con sacramentos.
Orientarse en la ciudad no es fácil, la cuadrícula se rompe a cada rato con diagonales, plazas o calles menores. Para hacerlo hay que dejarse llevar por los sentidos, el lugar buscado se encuentra por la vista, el olfato o el tacto permitiendo por tanto encontrar el sitio deseado como se llega a unas peras al vino, pasando por mejillones en salsa y un excelente plato de bacalao al pil pil, o un txangurro con un buen vaso de txakolí. No es una ciudad lógica, es una ciudad sensorial y eso es lo que la hace humana, vivencial, rica en experiencias; pero la hace también digna, con escala, llena de detalles, siempre captando el interés, diversa. Su manifiesto es el gusto por la vida, casi como decir, una ronda de “potes”.
La ciudad se reinventa humana, desde el Casco Viejo con callecillas medievales y fachadas llenas de balcones, algunas en piedra otras coloridas, con tiendas de ropa (¡siempre tan “fashion” las bilbaínas!), bares y una gran diversidad comercios. En esta reinvención, Barakaldo nos enseña mucho, no es fácil convertir los Altos Hornos de Viscaya (Biskaia) en un poblado de 200.000 personas, vivo, igualmente lleno de sitios de estar, jardines, plazas, juegos infantiles y el siempre presente gusto por la vida, a ocho kilómetros de Bilbao pero todos ellos bilbaínos.
El señor que lleva el pan en la mano, los dos adolescentes hablando del paseo a Donostia en euskera, dos señoras mayores tomando una copa en el bar, colegiales en el museo, ciclistas por la orilla de la ría, la bandera del Athletic (¡Aupa Athletic!), la siempre presente bandera de Euskadi, la Ikurriña, no son excepciones, son la norma, la norma viva que nace del corazón y que no pudo matar la destrucción nazi de Gernika. La clave para entender está en un tinto, un cortado, el árbol de Gernika, la Ikurriña y el Museo Guggenheim. Está en su gente y sus sentidos.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Comisión de Urbanismo+Paisajismo

  • Arq. Alberto Negrini (Coordinador)
  • Arq. Fernando Cambronero
  • Arq. Melissa Gómez
  • Arq. Daniela Harb
  • Arq. Rogelio Palomo
  • Arq. Jose Fabio Ureña